Ella le había dicho que no porque no sentían lo mismo. No quería nada serio y prefería que lo de ellos se quedara así como estaba. Que se sentía 'cómoda', tranquila con su situación. Verse de vez en cuando, salir, bailar, conversar. Que ella sería su amiga y ya. Que ése era el único puente que podía haber entre ellos, porque el amor, el riesgo del amor, era muy grande y ella no estaba dispuesta. Que ya había sufrido mucho y que él era un buen chico. Que no quería perderlo. Que sería bueno que vieran a otra gente. ¿Qué es lo que te da tanto miedo? Le había preguntado él. O tal vez lo había pensado en voz alta y ella no había querido contestar. Caminaron un poco sin hablar. Ella miraba al suelo; él no recuerda bien qué miraba. No la abrazó como otras veces, ni le contó un chiste tonto antes de subirse al auto, ni le dijo "buena noches". Se despidieron fríamente, y ella pensó que él no volvería a llamarla. Que no querría saber nada, que seguiría con su vida como lo hace toda la gente. Como lo habían hecho otros antes que él. Cuando ella llegó a su casa, revisó su correo y vio que él le había mandado algo. Asunto: El pudor de decir las cosas.
Imaginé decirte éstas y otras cosas antes de dejarte en ese auto. Te las digo porque sé que corro el riesgo de no verte de nuevo y que eso sería mi mejor alivio en el caso de que no quisieras volver a verme después de estas palabras. Y ahora siento pudor. Pudor de que leas lo que escribí para ti, porque haya intentado pensar en argumentos para persuadirte cada vez que aparecías frente a mi cara mirándome. Yo te sonreía porque no podía hacer otra cosa. Porque una parte mía que estaba ahí, pensando en ti, se convertía en la vergüenza de saberme descubierto.
Pudor de que me veas, mirándote.
Pudor de que veas lo que hay dentro de mí cuando estoy y cuando no estoy contigo.
Cuando estamos y cuando no.
Cuando te adoro, porque mi corazón es como un perro grande, torpe e inconsciente de su tamaño, que ama sin límites y que mueve la cola cada vez que tú llegas.
Ten fe.
Tennos fe.
Tenme fe.
Ella leyó. Y volvió a leer. Se sonrió y luego sintió algo parecido a la emoción. Porque no estaba preparada para que le dijeran que sí de nuevo. Que alguien le pidiese que se atreviera, que saltara con él, que lo dejara estar ahí, con ella. Apretó el botón de respuesta y sólo escribió dos letras en aquel correo. Luego apagó el computador y la luz, y sintió cómo alguien la abrazaba desde el otro lado de la pantalla.
MaPazRodríguez